Fiesta de multitudes. Mezcla de cultura, espectáculo, sabiduría, riqueza o religión. Mezcla explosiva. Son 10 equipos. Compiten entre ellos por un premio, y casi ninguno de ellos sabe exactamente cuál era tal preciado regalo. Entre todos componen un grupo de 100. Pero la repartición no era equitativa. El equipo religioso salía perdiendo en número, y por ejemplo el de los deportistas, sabía perfectamente que si la cantidad sobresalía sobre la calidad, tenían asegurado el primer puesto, ya que ellos reunían un equipo bastante numeroso.
El día se acerca. Unos contra otros. Otros contra unos. Rivalidad, celos, y envidias. Y una lucha sin cuartel que decidiría un solo vencedor.
Todos preparados. Todos dispuestos. Nadie miraba a su alrededor, nadie hacia caso del de al lado, porque nadie dependía de nadie. Cada uno era suyo, cada uno utilizaba su nombre y sus virtudes. Cada uno demostraba su valía en la batalla. ¡Adelante! Gritaron en conjunto. Y a partir de ahí, la batalla, la carrera, la lucha, el espectáculo… la cita… comenzaba. Los equipos se abalanzaron sobre una pista deshecha, llena de espectadores, de ojos que no tenía escrúpulos en mirarles a los ojos, y en decirles que uno de ellos sería el elegido. Uno sólo. Sin dilación, sin preámbulos, sin más preguntas ni respuestas, uno sería el victorioso. El resto, serían meros participantes que, fracasados, volverían a sus vidas, sin saborear por un día la sensación de victoria. No hay piedad por parte de los jueces. Los participantes, inmersos en sus pasos hacia el triunfo, ignoraban las voces de ánimo y los abucheos empedernidos de los agolpados a los límites de la contienda.
La base del éxito se enmarcaba en la apariencia. En el individualismo extremo en una lucha colectiva. Todos se convertían en unidades por el triunfo. Pero sumergidos en equipos y grupos que les daban más alas, o les restaban ligereza para volverles desconocidos a los ojos de los jueces.
Los escritores y pensadores gozaban de su estilismo y sabiduría, pero podían notar cierta apatía en algún sector del jurado.
Igual les pasaba a los científicos, su admiración y sapiencia podía verse poco ensalzada por el pasotismo de la plebe.
El tercer equipo lo formaban los eclesiásticos, que poseían seguidores fervientes, pero en un número bastante reducido.
Políticos y mandatarios, confiados por su superioridad posicional, creían disfrutar de una ventajosa situación; olvidaban quizás que la proporción de seguidores que poseen en el jurado, es directamente proporcional al número de contrarios.
El equipo con menor número de participantes, los empresarios, sufrían la asombrosa envidia del jurado, por haber llegado a posiciones de incalculable valor económico; pero aun así, jugaban con cierta ventaja por su condición de emprendedores.
Quedaban 5 equipos. Los de bellas artes, los artistas, los de los medios audiovisuales, las figuras históricas, y los deportistas. Todos ellos gozaban de popularidad y renombre. Pero cada uno de ellos podía verse extasiado a cada instante por sus efímeras apariciones en las intenciones de los votantes. Aun así, prometían en el resultado de la batalla, y presumían en sus filas de poder tener grandes posibilidades de alzarse con un premio que… ya digo… ninguno conoce, y que todos ignoran que pueden llegar a ganarlo.
Son 100. 100 personas en el punto de mira de 40 millones. Elegidos a dedo. Escogidos por su nombre, trayectoria o relevancia.
Son 100. 100 personas en las que sólo quedará 1.
Son 100. 100 personas sumergidas en una batalla predestinada por un jurado popular y absolutamente desconocido. Una batalla ajena a ellos.
Son 100. 100 personas con aspiraciones a ser, el español más importante de la historia.
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