Siguiendo con nuestra línea más crítica sobre la cadena privada de Antena 3, esta semana queremos hacer mención a una de las noticias más tratadas en los medios escritos en la última semana, suscitando así el debate en muchos grupos de la sociedad. Y es que Antena 3, junto con Telecinco, es una de las cadenas que más incumplen el cada vez más conocido código de autorregulación televisiva, que pretende como medida imprescindible, la protección del menor en un horario determinado.
Programas como En antena, que basa todo su contenido en las estúpidas preguntas que se realizan a alguien, supuestamente famoso, conectado a la máquina de la verdad, el polígrafo. O como El diario de Patricia, con declaraciones e historias de todo tipo de personas, escogidos por el equipo del programa de una manera morbosa y con afán de espectáculo, son claros ejemplos de la programación que rompe los principios generales de protección infantil.
Pero no sólo la tarde de Antena 3 se convierte en perjudicial para niños, y no tan niños. Las mañanas también suscitan el debate, con programas como Espejo Público. Y los espacios informativos, de los boletines de las 15 y las 21 horas, ponen en evidencia el código, siendo quizás un ejemplo de manual de lo que es la prensa amarilla. A veces parece que “el caso” ha vuelto a nuestras pantallas.
Como en cualquier película, hay buenos y malos. Y como siempre, los espectadores abrimos el debate y nos decantamos por uno u otro bando. ¿Son en realidad las televisiones las responsables? En el momento en que se firma el Código de Autorregulación, al que en este caso Antena 3 está suscrita, la televisión se convierte completamente en responsable de su cumplimiento mediante su programación y sus contenidos. Pero ¿es absolutamente necesario ese código? El debate que parece que comienza a existir es en qué medida los propios espectadores somos responsables de lo que vemos, y en qué medida lo son las televisiones. En el caso del adulto, al que también se le debería proteger de la bazofia que la televisión emite, es él mismo el único responsable de la información que escoge en la programación; en el caso de los pequeños, son los adultos los responsables. La televisión está ahí, y la decisión de ver o no ver un programa es independiente de cada persona.
Es de este modo como, añadiéndonos a uno u otro lado, sólo hay dos cosas que deberíamos dar a conocer. A las televisiones decirles que no es que exista un código de autorregulación, sino un código deontológico, en donde sus programas quedan muy alejados de él. Y a los espectadores, revelarles la existencia de un botón redondo en el tan preciado mando a distancia, que permite apagar el televisor.
Programas como En antena, que basa todo su contenido en las estúpidas preguntas que se realizan a alguien, supuestamente famoso, conectado a la máquina de la verdad, el polígrafo. O como El diario de Patricia, con declaraciones e historias de todo tipo de personas, escogidos por el equipo del programa de una manera morbosa y con afán de espectáculo, son claros ejemplos de la programación que rompe los principios generales de protección infantil.
Pero no sólo la tarde de Antena 3 se convierte en perjudicial para niños, y no tan niños. Las mañanas también suscitan el debate, con programas como Espejo Público. Y los espacios informativos, de los boletines de las 15 y las 21 horas, ponen en evidencia el código, siendo quizás un ejemplo de manual de lo que es la prensa amarilla. A veces parece que “el caso” ha vuelto a nuestras pantallas.
Como en cualquier película, hay buenos y malos. Y como siempre, los espectadores abrimos el debate y nos decantamos por uno u otro bando. ¿Son en realidad las televisiones las responsables? En el momento en que se firma el Código de Autorregulación, al que en este caso Antena 3 está suscrita, la televisión se convierte completamente en responsable de su cumplimiento mediante su programación y sus contenidos. Pero ¿es absolutamente necesario ese código? El debate que parece que comienza a existir es en qué medida los propios espectadores somos responsables de lo que vemos, y en qué medida lo son las televisiones. En el caso del adulto, al que también se le debería proteger de la bazofia que la televisión emite, es él mismo el único responsable de la información que escoge en la programación; en el caso de los pequeños, son los adultos los responsables. La televisión está ahí, y la decisión de ver o no ver un programa es independiente de cada persona.
Es de este modo como, añadiéndonos a uno u otro lado, sólo hay dos cosas que deberíamos dar a conocer. A las televisiones decirles que no es que exista un código de autorregulación, sino un código deontológico, en donde sus programas quedan muy alejados de él. Y a los espectadores, revelarles la existencia de un botón redondo en el tan preciado mando a distancia, que permite apagar el televisor.
¿Sorprendente verdad?
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